ORIGINAL. Pecado
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   El pensamiento de la Iglesia sobre el pecado original de los hombres se mueve entre la certeza de su existencia y la perplejidad sobre su naturaleza. Que hubo un pecado, es evidente, desde la perspectiva religiosa posterior: esperan­za en un salvador, sentido de la redención conseguida por Jesús, ense­ñanza continua en los cristianos, resonancias incluso fuera de él.
   Pero el misterio sobre este dato religioso está en cómo pudieron pecar con­tra Dios los hombres del primer mo­mento y cómo puede atribuirse un pecado a los descendientes que ni estaban allí ni podían optar por alejarse de Dios. Es incomprensible por qué todos sus descendientes se hallan contaminados con un hecho impersonal en el cual nada tuvieron que ver ni con su inteligencia ni con su voluntad.

   1.  Existencia del Pecado Original

   Con todo existe la doctrina cristiana de que los hombres cometieron un pecado colectivo al principio y ello les enemistó con Dios. Pero Dios, por su misericordia, determinó su redención.
   Si existe este principio dogmático, es evidente que no se puede atribuir a una mera leyenda o un mito bíblico la idea de un pecado inicial. Su existencia y sus consecuencias tienen algo que ver con lo más radical del mensaje cristiano.

   1.1. Adversarios

   El pecado original, incomprensible, indemostrable y misterioso, fue negado indirectamente por los gnósticos y maniqueos, pues ellos atribuían la corrupción moral del hombre al principio malo del que están hechos que es la materia.
   En los ámbitos cristianos lo negaron quienes, influidos por el dualismo gnósti­co y maniqueo, explicaron de forma similar el mal. Tal fue el caso de los seguidores de Orígenes y de los priscilianistas, para quienes la inclinación del hombre al mal era efecto del predominio de la carne sobre el espíritu, actitud humana que se explicaba en la Escritura por multitud de metáforas y alegorías como la desobediencia en el paraíso.
   Los más directos negadores de la doctrina del pecado original fueron los pelagianos. Enseñaban que el pecado de Adán fue real, pero que no había una transmisión sin más a sus descendientes al estilo de una herencia que reciben los hijos de los padres.
   Defendían que los hombres que siguieron se limitaron a imitar el mal ejemplo de aquél (imitación decían, no propagación del pecado)
   Explicaban la muerte, los padecimientos y la concupiscencia, no como efectos del pecado, sino como hechos naturales que perturban al hombre y se tratan de aclarar con mitos religiosos que nada tienen que ver con la realidad.
   Por eso sospechaban que el bautismo de los niños no tiene sentido, pues dice limpiar algo que no existe. No hay peca­do donde no hay inteligencia o libertad, como en el caso del llamado original. Sólo es posible cuando ha llegado al hombre la edad del discernimiento y de la elección, es decir cuando se han hecho capaces de alejarse del bien.
   El pelagianismo se mantuvo siempre de alguna forma en diversas corrientes doctrinales posteriores, reticentes siem­pre a aceptar el carácter misterioso del pecado original. Por ejemplo, revivió en las herejías medievales y humanistas, para llegar a su máxima expresión en el racionalismo de la edad moderna y de la teología protestante liberal del XIX.

 


 
 

 1.2. Defensores

   La herejía pelagiana fue combatida principalmente por San Agustín. Pero ya antes de este gran defensor de la gracia y de la necesidad de redención, otros Padres habían explícitamente perfilado las líneas maestras de la teología del pecado original: Tertuliano, S. Juan Cri­sóstomo, San Atanasio.
   Los sínodos de Obispos de Mileve (416), de Cartago (418) y Orange (529) dejaron en claro que el hombre es misteriosamente pecador por haber recibido por herencia la culpa originada por la desobediencia de Adán. Necesita imperiosamente un Redentor. Es precisamen­te la misión que Cristo desempe­ñó en la tierra.

   2. Doctrina de la Iglesia

   El Concilio de Trento, un milenio después (1545-1563), perfiló la doctrina cristiana definitiva en este punto. Usó expresiones y sentencias a veces literalmente recogidas de estos Sínodos primitivos y manejo conceptos clarificados en este tiempo.
   Trató de oponerse a los Reformadores, los cuales tendían a hacer del pecado original no una culpa de pecados ajenos, de Adán y Eva, sino sólo "una desfiguración del hombre, es decir una entrega a la concupiscencia y una corrupción completa de la naturaleza humana." (Confesión de Augsburgo 2)
    A lo largo de las múltiples herejías y desviaciones que generó la idea del pecado original, la Iglesia fue perfilando con claridad su pensamiento sobre este dogma, misterio y situación espiritual del hombre. El pecado de Adán fue una rebelión y una desobediencia contra Dios y se propaga a todos sus descendientes por generación, no por imitación.
   La doctrina de la Iglesia se halla contenida en el "Decreto sobre el pecado original", del Concilio de Trento (Se­sión V, el 17 de Junio de 1546), en donde se dice taxativamente que debe ser condenado el que no asuma esta doctrina expresada así:
   - El pecado fue una transgresión del mandamiento de Dios al primer hombre, que perdió el estado de justicia y santidad en que había sido creado.
   - Se dio por instigación del Demonio reflejado en la serpiente.
   - Adán pecó con plena libertad y conciencia, aunque no podamos entender cómo sucedió.
   - El daño no fue sólo para él, sino para todos sus descendientes, a quienes transmitió no sólo las penas sino también la culpa.
   - Desde entonces el hombre necesita los méritos de Jesucristo para librarse de ese pecado y no se vale para ello de sus solas luces y méritos.
   En consecuencia, la doctrina cristiana no se detiene a explicar el cómo fue ni por el porqué se dio el pecado original. Lo que dice es que existe una culpa que priva de la justicia a todos los nacidos de mujer y que se precisa la acción de Cristo para liberarse ella.
   Reconoce que fue Adán, el primer padre de la humanidad, el causante de ese pecado. Y enseña que sus descendientes no sólo recibieron las penas del pecado, la muerte, los sufrimientos corporales, la concupiscencia o inclinaciones desordenadas, sino que también partici­paron de la culpa, es decir el estado de enemistad con Dios.
   Enseña con claridad que el pecado original, como todo pecado "mortal", implica la muerte del alma, el estado de enemistad y alejamiento de Dios. No es personal, pero misteriosamente contaminó a toda la humanidad que, desde entonces, precisa un acto misericordioso de Dios para poder obtener el perdón.
   Ese pecado se propaga de Adán a todos sus descendientes "por genera­ción", no por "imitación", como dijeron los reformadores del siglo XVI. Es inherente a cada individuo que participa de la natu­raleza de Adán.
   Ese pecado, con todo, no fue irremediable, pues Dios tuvo misericordia de los hombres y envió a su Hijo para rescatar a los que se habían perdido.
   Por eso el Verbo se hizo hombre y quiso redimir a los demás hombres con su muerte. El pecado se borra por la redención de Jesucristo, cuyo mérito salvador se aplica a todos: niños y adultos, varones y mujeres, hijos de creyentes o de incrédulos, por ejemplo cuan­do reciban el Bautismo o sacramento de la incorporación a Jesús.

 

 

   

    3. Fundamento en la Escritura

   El pecado original, como realidad teo­lógica, supera cualquier consideración histórica, sociológica y psicológica. No podemos comprender porqué se ha propagado a toda la humanidad. Pero la doctrina cristiana enseña que todos lo hemos contraído y hemos nacido con él.
   Y nos podemos preguntar, a través de la Palabra de Dios, si realmente es así. Pero debemos hacerlo con humildad, renunciado a comprender porqué hemos de tener culpa y pena de ese peca­do quienes no hemos estado presentes en el momento de la desobediencia ni hemos tenido protagonismo en ella.

 3. 1. El Antiguo Testamento

   En los libros del Antiguo Testamento solamente se hallan insinuaciones sobre el pecado original. Hay frecuentes alu­sio­nes a la situación de pecado o enemis­tad con Dios desde el nacimiento, por lo que se pide a Dios compasión, ayuda y perdón.
   "He aquí que nací en culpa y en pecado me concibió mi madre" (Sal. 50. 7). Y también: “¿Quién podrá hacer puro al que ha sido concebido de una inmunda semilla? (Job. 14, 4)
   Pero expresiones como éstas aluden a una pecaminosidad innata en el hom­bre que parece más general y metafórica que concreta. Se usan más como expresión literaria de la insuficiencia moral, que como explícito reconocimiento de un pecado innato, original, determinante de la maldad humana.
   La misma exégesis de la escena del Paraíso descrita en el Gé­nesis (Gen. 2. 5-25) y el análisis frío de las incidencias de la tentación, de la infracción, de la condena y del castigo, si se prescinde de todas las explicaciones religiosas posteriores, sobre todo del Nuevo Testa­men­to, conducen a otra cosa. En el fondo el texto contiene más la explicación a las miserias humanas que la revelación de la ofensa divina y su propagación a todos los hombres.
   De todas formas, ya en el Antiguo Testamento se establece la vinculación causal que existe entre la muerte de todos los hombres y el pecado.
   Se indica que de ello de la desobediencia de los primeros hombres vino la perdi­ción y se habla de la situación pecadora de los hombres. (Eccli. 25. 33; Sab. 2. 24). Tam­bién late esa idea en la infraestructura de muchos anuncios proféticos, particularmente en Isaías y en Jeremías.

   3.2. En el Nuevo Testamento

   La idea clara y la afirmación explícita llegan con la venida de Jesús, con su vida y muerte redentoras y con las interpretaciones que los Apóstoles hacen del hecho de la pasión de Jesús. La explicación más luminosa y franca se da en S. Pablo (por ejemplo en Rom. 5. 12-21). La Teología del Apóstol de los gentiles en este punto se expresa con nitidez mediante el paralelismo que formula entre el primer Adán, que transmitió a todos los hombres el pecado y la muerte, y Jesús, segundo Adán, que difundió sobre todos la justicia y la vida.
   "Por un hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado, la muerte, y así la muerte pasa a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado"... Por la desobediencia de uno muchos fueron hechos pecadores, así también por la obediencia de uno muchos serán hechos justos". (Rom. 5. 12)
   Las explicaciones paulinas se multiplican, siendo el hecho del peca­do y la necesidad de la salvación por Cristo Jesús, uno de los ejes esenciales de la actitud cristocéntrica del Apóstol: 1 Cor. 12. 16. Rom. 3.23; 1 Cor. 1.6; Hebr. 2.14; Filip. 2.8.
    Pero las aclaraciones se reiteran en  otros textos no paulinos del Nuevo Testamento, de forma que queda clara la conciencia común de todos los Apóstoles y Evangelistas sobre la razón de la venida de Cristo, que no es otra que salvar a los hombres de su situación de pecado­res: Mt. 26 y 27; Mc. 14-15; Jn. 13. 21-30; Jn. 1.29; Apoc. 2 -3. 1 Jn. 1. 19; 1 Pedr. 5.8.

   4. Identidad del pecado

   Fue pecado auténtico, misterioso, destructor, aunque no fuera personal o individual en cuanto a su comisión. En el acto en que se materializó, todos los hombres participaron y quedaron convertidos en enemigos de Dios.
   Esto se afirma por vía de fe: se desprende de la Escritura y es enseñado por la Iglesia: Magisterio y Tradición.
   Los dos elementos con configuran este hecho de enemistad con Dios se recogen en los términos con que lo enunciamos.

   4.1. Fue pecado pleno.

   Por lo tanto fue un acto concreto que engendró un estado preciso de enemistad del hombre para Dios. Adán prefirió la criatura al Creador. Desobedeció la ley divina y del estado de amistad pasó al de enemistad, aunque él mismo no se diera cuenta de lo que hacía, como suele acontecer en todo pecado humano. "Vio que la manzana era buena y comió... y dio a comer a Adán que lo aceptó." (Gn. 3. 6)
   Toda la teología del pecado, que es incógnita y alejamiento de Dios, queda condensada en esta situación que Adán asume por haber desobedecido. En qué medida fue consciente de lo hecho y cuál fue su grado de inteligencia para asumir su postura de oposición al mandato divino, no deja de ser un misterio inexplicable por ciencia humana.
   Detrás de esta teología se encuentran preguntas antropológicas más que teoló­gicas: ¿Quién era Adán? ¿Puede admi­tirse, a la luz de la ciencia moderna, un hombre creado por Dios al estilo individual que se refleja en la leyenda del Génesis? ¿Es compatible una primera pareja, un varón y una hembra, con el generalizado sentido evolu­tivo de la aparición del hombre sobre la tierra?
   Preguntas de este estilo no son teológicas, sino arqueológicas. Las respuestas científicas no tienen que ver con el peca­do original como misterio religioso. Pero hay algo en la explicación religiosa que compromete a la hora e aceptar o rechazar determinadas hipótesis científicas. Existiera o no la pareja de protoparentes, la unidad de la especie humana es condicionante para la aceptación natural de la existencia de un "delito original solidario y contaminante". Pero discutir esta unidad no es cometido del antropólogo, sino del teólogo. 

   4.2. Fue original.

   En la explicación religiosa del pecado original se presupone que el primer hombre estaba adornado de un valor de representación de los demás hombres. Adán pecó como persona libre. Pero pecó como padre de todos sus descendientes, que recibieron su culpa y los efectos de ella.
   Las consecuencias fueron en los descendientes las mismas que en el Adán personalmente pecador: culpa y efectos de la culpa. La culpa fue la enemistad con Dios: de los hombres con Dios, más que de Dios con los hombres.
   Los efectos fueron diversos. Unos invisibles: pérdida: destrozo de los dones sobrenaturales, quebranto de la vida eterna a la se estaba destinado. Y otros fueron más visibles y naturales: inclinación al mal o concupiscencia, ignorancia, debilidad, enfermedad y muerte.
   Las interpretaciones que se han dado del pecado, y de su sentido de capitalidad para la humanidad, han sido diversas y a veces antagónicas.
   Unas han tenido tonos naturalistas, como las interpretaciones reduccionistas y simbólicas. Tal es el intento de identificar pecado con la sim­ple conciencia creacional de la insuficiencia física, psí­quica y ética del hombre. La física alude a las enfermedades y esfuerzos para poder sobre vivir. La psíquica se refiere a las penas y angustias, a las ansias y frustraciones que el hombre atraviesa en su existencia. Las éticas apuntan a las tendencias desordenadas (avaricia, envidia, lujuria, ira, pereza, etc.) que el hombre siente en su persona.
   Y otras interpretaciones han sido más místicas y antropológicas, incluso míticas, aludiendo a la creación de un primer hombre inteligente, sabio, fuerte, consciente, libre, impasible, inmortal (dones preternaturales decían los antiguos teólogos) y a la pérdida esas característica como resultado de su desobediencia. Se tiende así a la explicación del pecado como si se tratara de un eclipse de la grandeza del hombre, como castigo a la oposición a Dios.
   Todas las explicaciones son insuficientes. No hay manera humana de descifrar lo que es indescifrable, pues se trata de un misterio, teológico más que antropológico, espiritual más que social, metafísico más que histórico.
 
    5. Rasgos del pecado

   Son diversos los que se han ido dando para clarificar la idea de pecado original. Pero coinciden, en lo esencial, con lo que es todo pecado: alejamiento de Dios. Y ruptura del orden sobrenatural querido al principio y regalado por Dios para Adán y para sus descendientes.

    5.1. Fue mortal

    Es decir, produce "la muerte del alma" (Trento). Eso es la pérdida de la gracia divina, simbolizada en la amistad de Dios con Adán en paraíso, en donde fue colocado para que lo cultivara.
    El hom­bre había sido creado en estado de inocencia y el pecado le transtornó el espíritu y destrozó su relación con Dios. En adelante pudo ser egoísta y no tributar a Dios el culto debido (Caín); aunque también quedó libre para ser justo y bueno y cumplir con los imperativos de su conciencia (Abel).
    Pero arrastró consigo la conciencia de culpa y periódicamente sintió deseos de aplacar a Dios con sacrificios y con su arrepentimiento. Pero su espíritu había quedado herido de muerte y su estado era de alejamiento de Dios.
    Santo Tomás habla de que fue, como todo pecado, un pecado destructor con doble aspecto, el apartamiento de Dios (aversio a Deo) y la conversión a la criatura (conversio ad creaturam).

   5.2. Fue y es universal.

   Todos los hombres descendientes de Adán quedaron atrapados en la red de la ofensa. Todos fueron afectados por la culpa de los primeros padres. Nadie se escapó de esa referencia pecaminosa. Desde entonces todos los hombres nacen espiritualmente manchados.
   Cuando se multiplicaron los defensores de las teorías poligenistas de la humanidad, se entró en conflicto con esa universalidad del pecado. Pero se olvidaba entonces, y se sigue olvidando, que una cosa es el hecho histórico de la aparición del hombre inteligente sobre la tierra y otra el hecho religioso de la conciencia de un pecado universal que precisa redención.
   San Agustín decía al obispo pelagiano Julián de Eclana, "No soy yo quien ha inventado el pecado original, sino que es la fe católica la que cree en él desde antiguo; y sin embargo tú lo niegas y eres por eso, sin duda, un nuevo here­je" (De nupt. et concup. II. 12. 25)

   5.3. Es un pecado complejo

   Un pecado personal actual, por grave y monstruoso que sea, deja al pecador en lo humano como estaba. Cuando se arrepiente y se le perdona, también re­gresa al estado anterior.
   Sin embargo, el pecado original es idéntico en cuanto ofensa a Dios, pero diferente en cuanto a los efectos que produce. El hombre queda de otra manera, después de su comisión: la luz de su inteligencia disminuye, la debilidad se apodera de su voluntad, las enfermeda­des de su cuerpo le llevan a la muerte, "es arrojado del paraíso de delicias en el cual había sido colocado." (Gen. 3.23)

 
 

   6. Efectos duraderos

   El pecado original tuvo dos efectos: uno inmediato en Adán y Eva. Otro para todos sus descendientes. Y son efectos que es preciso entender y explicar desde la perspectiva de la fe, no desde los planteamientos de la ciencia arqueológica o sociológica.

   5.1  Vergüenza en Adán

   Es difícil suponer con alguna aproxi­mación lo que aconteció en el espíritu de aquellos seres humanos, Adán y Eva, que habían sido creados felices en una situación de amistad divina y que se sintieron aleja­dos de Dios por el pecado.
   Al perder la situación privilegiada que poseían, debieron sentir el silencio del bien y el desconcierto del mal realizado. El Génesis lo simboliza en la vergüenza de sentirse desnudos y esconderse cuan­do hubieron de encontrarse con Dios (Gn. 3.7)
   Pero es evidente que el efecto principal tuvo que ser mucho más profundo que el antropomórfico relato que recoge la Escritura.

 

   6.2. Pérdida de la justicia

   Al margen de toda interpretación más o menos antropológica del hecho perso­nal en Adán y Eva, de lo que no cabe duda es que los hombres quedaron, desde los primeros días de su vida histó­rica en el mundo, heridos por el pecado.
   Según Santo Tomás, el pecado original rompió el estado de justicia original, en la que el hombre fue creado. Y se manifestó, sobre todo, en la concupiscencia desordenada que desde entonces co­menzó a experimentar. Pero también se muestra en otros aspectos.
   En la Summa Teológica (I-II 85. 3) explica las cuatro heridas del alma, opuestas res­pectivamente a las cuatro virtudes cardinales:
   La ignorancia, es decir, la dificultad para conocer la verdad, se opone a la prudencia, que habrá que cultivar por el ejercicio para compensar esa herida.
   La malicia, es decir, la debilitación de nuestra voluntad, se opone a la justicia, y nos hace más difícil conseguir la digni­dad, el respeto y la honradez.
   La fragilidad, o cobardía ante las dificultades, es frecuente en el hombre y se opone a la fortaleza para defenderse del mal y para conquistar el bien.
   La concupiscencia en sentido preciso es el apetito desordenado de satisfacer a los sentidos contra las normas de la razón. Es la tendencia al placer sensorial y se opone a la templanza, la cual se expresa en lo relacio­nado con los alimentos: sobriedad y abstinencia en la bebida y comida; o en la satisfacción del instinto reproductor: castidad ante el placer genital no regulado por la razón.

   6.3. Efectos secundarios

   La pérdida de todos los dones que Dios había concedido a la naturaleza fue otra consecuencia.
   Esos dones pueden resultar sorprendentes en clave antropológica y sonar a mitologías arcaicas: trabajo alegre, impasibilidad, inmortalidad, paz, gozo, etc. que se perdieron para siempre.
   Pero en la explicación religiosa forman el cortejo del estado de amistad divina en la que el hombre fue creado.
   En adelante el hombre sudaría para conseguir el alimento y la mujer tendría a los hijos con dolor de su vientre (Gn. 3.17-19). Además la misma naturaleza humana quedó herida y debilitada. La concupiscencia sería la tendencia al mal como efecto del pecado original: sentiría envidia, ira o apetito lujurioso.
   Con todo, el hombre no quedó corrom­pido u hecho malvado por sí mismo, sino simplemente debilitado. La herida que el pecado original abrió en la naturaleza no se debe entender al estilo de Calvino: total corrupción de la naturaleza humana y tendencia irresistible al mal.
   El hombre, aunque se encuentre en estado de pecado original, sigue teniendo la facultad de conocer el bien, de amar al prójimo, de tender a su propia mejora, de practicar la virtud.

 

 

  

 

   

   7. Propagación del Pecado Original

   El pecado original se propaga por generación natural entre los hombres. Es decir, está vinculado a la transmisión de la misma naturaleza de la especie humana. El hombre recoge esa herencia de nacer en estado de enemis­tad divina,
   El Concilio de Trento lo definió como una "propagación”, no una “imitación", que era lo que enseñaban los Reforma­dos.

   7.1. Vía de naturaleza

   Se ha llamado a este pecado original también "natural", pues se propaga de la misma forma que la naturaleza humana: por el acto natural de la generación. 
   En tiempos pasados se solía hacer una distinción curiosa por parte de los teólogos, en cuanto se atribuía el origen del pecado a la figura de Adán y no a la de Eva, al recoger la interpretación errónea de que es el varón (elemento activo) el que engendra en la mujer (elemento pasivo).
   El "cabeza de familia", Adán, fue el que origino el pecado, no la mujer, Eva, "el huerto fecundo en el cual el varón planta su semilla". Superada la cultura machista, se impone una revisión de los términos y de los conceptos referentes al pecado original.
   En una plausible revisión e la exégesis de este texto, se tiene hoy a eliminar todo resabio antifeminista del mismo.
   Muchos teólogos del os que hoy superan la interpretación simbólica del peca­do original y siguen asumiendo el misterio y el dogma, tienden a formular la teología del pecado en clave de solidaridad. La capitalidad del pecado reside en el desorden de ambos protagonistas, Adán y Eva, como generadores de la especie huma­na, al margen de la mitología: Eva como estímulo y Adán como responsable.
   Revisan la exégesis de los textos bíblicos y eclesiásticos en este sentido de igualdad sexual y de responsabilidad equivalente. Rectifican la trayectoria hermenéutica de algunos texto, por ejemplo los de la Carta a los Corintios (1 Cor 11. 7-15 y 14. 34-35), en donde se entiende que el desorden del pecado original fue cosa de Adán.
   De igual manera interpre­tan textos eclesiásticos, como el Decreto de Trento sobre el pecado original, que sólo habla de Adán. (Denz 787-792)

   7.2. Transmisión por generación

   La causa principal del pecado original es únicamente el pecado de Adán. El instrumento con el que se comunica es la acción humana generadora que afecta a todos los hombres. Sólo el hombre Jesús, por ser Verbo divino además de hombre, y María su madre "por único y singular privilegio de Dios" (Bula Ineffabilis Deus), todos los hombres han quedado contaminados por el hecho de ser engendrados por vía natural.
   Evidentemente ello no tiene nada que ver con la acción genital de la que procede la gestación, como pretendieron ver algu­nos gnósticos o maniqueos primitivos. Así lo da a entender también S. Agustín, cuando sospecha que es la concupiscencia vinculada al acto generativo (el placer sexual) lo que tiene que ver con esa transmisión. (De nuptiis et con­cup. 1 23. 21)
   Es más clarificadora la doctrina de Sto. Tomás de Aquino, quien afirma que no es el acto generador el transmisor del pecado, pues sólo es el instrumento de la gestación, sino la naturaleza humana misma, dañada por el pecado, que es asumida ya con el daño original. (Summa Th. I-II 82. 4 ad 3)

   8. Catequesis y pecado original

   En catequesis importa dejar bien clara en la mente de los educandos la existen­cia del pecado original y la vinculación que tiene este misterio con todo lo relacionado con la salvación traída por el Redentor. Debe ser un misterio presentado en perspectiva de fe.

   1. Conviene alejarse por igual de las interpretaciones literales del Génesis y de las explicaciones simbólicas. Y es preferible centrarse en visiones más eclesiales. El pecado original es un hecho de fe, no una conclusión de la cien­cia. Se asume porque lo encontramos en la Escritura Sagrada y en la enseñanza de la Iglesia y lo asumimos como mal, alegrándonos de que Dios supo sacar mucho bien en donde hubo tanto mal. "Feliz culpa que nos mereció tal Redentor", dice la liturgia de la noche pascual.

  2. Importa resaltar el carácter personal y el compromiso espiritual que cada creyente debe asumir en relación a este pecado. Es fácil refugiarse en una vi­sión historicista: acontecimiento de los prime­ros hombres, pero que apenas nos afecta en los tiempos actuales.
   Conviene resaltar los efectos primarios y secundarios que tiene el pecado para todos los que participamos en él, por descender de Adán y Eva.

  3. Lo importante es resaltar la dimensión cristológica. Este pecado desencadenó el decreto salvador de Dios con respecto a los hombres. Maldecimos la ofensa a Dios, pero bendecimos a Dios y nos alegramos de la venidas de Jesús Salvador, que nos haya regenerado. "Abundó el pecado, pero más abundó la misericordia." (Rom. 6.1; 5. 21; 6,20)

  4. Sobre todo con catequizandos ma­yores, importa asumir todas las teorías científicas sobre el origen del hombre (poligenismo, evolucionismo, existencia de vía inteligente no adámica, etc.) sin hallar contradicción entre explicaciones científicas y planteamientos religiosos.
  Y es bueno resaltar ante los catequizandos que los hechos religiosos siguen caminos y planteamientos diferentes a las hipótesis científicas y nada tienen que oponer a ellas, mientras sean respetuosas con la dignidad de la persona humana, presente o pasada)

   5. El pecado no alejó de Dios, pero nos acercó a Cristo, que vino a salvar­nos. El pecado original, comenzando en el bautismo que recibimos y llegando a la mejora de la vida cristiana que preten­demos, tiene que resultar un motivo y estímulo de mayor amor a Dios. Agradecimiento, humildad, prudencia, ascesis, oración, deseo de apostolado, etc... deberían ser las consecuencias que salen de la explicación de este pecado. Conviene asumir actitudes evangélicas muy definidas cuando explicamos que los hombres "pecamos todos" en Adán, pero nos salvamos gracias a Cristo.     (Ver Inmaculada 1 y Ver Pecado 2.1)